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Democracia optimista

Mantener una actitud positiva se ha convertido en toda una hazaña en estos tiempos. Basta con abrir un grupo de Whatsapp de familia o amigos y leer las conversaciones, abrir una imagen o video para caer en una profunda consternación sobre los asuntos del mundo o para no irnos tan lejos, del barrio donde vivimos.

Pero si nos ponemos a pensar en qué tan mal estamos, es posible que nos deprimamos aún más, porque todo o mucho indica, que el mundo no está tan mal como pensamos. Peor aún, el mundo está tan mal como lo queremos ver. Es decir, porque nosotros mismos lo queremos ver mal.  

En el 2018, el médico sueco Hans Rosling, un año después de su fallecimiento, publicaba junto a su hijo y nuera el libro “Factfulnes: Diez razones por las que estamos equivocados sobre el mundo y por qué las cosas están mejor de lo que piensas”, donde nos hace ver con datos, cómo el mundo ha cambiado en los últimos años para mejor y por qué no podemos verlo de esa manera.

Rosling revela 10 “disfunciones” del cerebro que nos hacen ver la vida de una forma pesimista:

  1. El instinto de separación. Vemos el mundo como una lucha entre buenos y malos; alimentada por medios de comunicación, comentaristas y cualquiera frente a un micrófono que empobrecen nuestro entendimiento de la realidad.
  2. Instinto de negatividad. Vemos más lo malo que bueno porque en nuestra inconsciente pesa un recuerdo equivocado del pasado y porque hacemos una selección interesada de las noticias que lo confirman. Como si estuviéramos enfermos de nostalgia.
  3. El instinto de línea recta. Somos dados a pensar que muchas tendencias son una sola línea recta y que son irreversibles. Por ejemplo, si aumentara la pobreza, esta seguirá aumentando y nada la detendrá, aunque esto no sea necesariamente así.
  4. El instinto del miedo. Nuestros propios miedos hacen que sobrevaloremos estas cuestiones. El miedo a la violencia, a la guerra o el miedo a un desastre. Tenemos más miedo a morir en un accidente aéreo que ahogados en la tina de un baño, cuando la cifra de accidentes aéreos en 2016 por ejemplo, fue solo de 10 de 40 millones de vuelos.
  5. El instinto del tamaño. Exageramos de forma natural y tendemos a ver cualquier cifra como algo gigante.
  6. El instinto de generalización. Abusamos de las generalizaciones y los estereotipos porque son una forma rápida de comunicar; aunque muy engañosas.
  7. El instinto del destino. Nos hacemos la idea que el destino de las personas o de los países es inevitable o irremediable. Si ahora va mal, su destino es que vaya mal.
  8. El instinto de perspectiva única. Creemos que las causas y la solución a los problemas son únicas (y simples). Pero la realidad suele ser más compleja y confusa. Es mejor ver los problemas desde varios ángulos.
  9. El instinto de culpa. Solemos buscar culpables cuando las cosas van mal. Esto no nos permite ver la realidad de los problemas y nos hace atacar a alguien o algo.
  10. El instinto de urgencia. Tomamos decisiones urgentes, pero no importantes. Esto nos impide tomar el control y pensar de forma analítica.
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Da lo mismo si estos miedos o pensamientos pesimistas tienen fundamento o no. Cuando la sociedad se siente frágil y amenazada tiende a hacer los pronósticos más alarmistas y negativos por muy poca base que tengan.

Sobre esto, el sociólogo norteamericano William I. Thomas, propuso el “Teorema de Thomas” en 1928, que sostiene que lo que una persona percibe como real, tiene consecuencias reales en su conducta. Es decir, que lo que percibamos como real, será real y será nuestra única realidad. Lo que también sugiere que el pesimismo es contagioso.

El “Teorema de Thomas” se relaciona mucho a lo que en psicología y pedagogía se conoce como el “Efecto Pigmalión, que es la influencia que puede ejercer la creencia de una persona en el rendimiento de otra o en su propio rendimiento.

El “Efecto Pigmalión” también fue aplicado a las ciencias sociales por el sociólogo Robert King Merton en 1948, donde ejemplificaba que el miedo sin fundamente a la quiebra de un banco, llevaba a los ciudadanos a retirar sus depósitos, y, en consecuencia, el banco efectivamente quebrara.

Estos planteamientos encajan con muchos otros prejuicios sociales actuales como la migración, la seguridad entre otros asuntos públicos; incluso en el propio estado de la democracia actual vista como un todo.

Sobre esto, el politólogo argentino Guillermo O´Donnell señalaba que la democracia era un régimen en crisis permanente. Pero que mientras viviera, la democracia dirige la mirada de un presente más o menos insatisfactorio hacia un futuro lleno de posibilidades incumplidas.

Esto sugiere que la democracia está en una búsqueda permanente de “algo mejor” de lo que tenemos. De mirar el futuro con esperanza. Y aunque parezca inalcanzable, invita a seguir en esa búsqueda.

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La democracia en su propia naturaleza es un término que tiene connotación positiva; optimista. Que en sus múltiples significados y variantes insiste en mantener una sociedad ordenada. Y que, a pesar de nuestra insatisfacción con ella, pedimos más y mejor democracia y no otro tipo de organización del Estado.

Vivir la democracia desde el pesimismo, no nos permite ver más allá. El miedo, la desesperanza y la insatisfacción son sentimientos muy latentes y justificados en nuestros días. Pero son esos mismos sentimientos los que nos hacen tomar decisiones de las que después nos arrepentimos, de elegir a personas que lo único que harán es seguir haciéndonos mirar las cosas desde el pesimismo y haciéndonos ocultar nuestros verdaderos anhelos de prosperidad y bienestar.   

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