Hay dos grupos de profesionales mundialmente percibidos por ser los más mentirosos: los actores y los políticos. ¿Quién no ha escuchado en su vida algún escándalo recién descubierto sobre un político? Tal parece que es una mala costumbre que se adquiere con esa profesión. Pero en la modernidad el asunto ha empeorado; ahora muchos políticos no solo tienden a decir mentiras, sino que han aprendido además el arte de la actuación y representan su mejor personaje en todos los medios, para cautivar los corazones de sus electores. ¡Y vaya que funciona!
La política del «famoseo», «postureo» o la interpretación.
Tenemos la mezcla de ambas profesiones: ¡Los políticos son actores! ¿Esto es bueno o malo para la ciudadanía? ¿Podremos aún conseguir políticos totalmente auténticos, o debemos acostumbrarnos a la idea de que ahora son actores todos los políticos?
Reflexionemos sobre el tema:
El nacimiento de la política como espectáculo
En un principio la comunicación política se hacía en plazas y auditorios, con megáfonos o a viva voz. Luego llegó la radio, y los políticos pudieron comunicarse de manera masiva con la ciudadanía, a través de las emisoras y sus programas radiales. Y luego apareció la TV y… posteriormente la Tecnopolítica.
La TV cambió por completo el panorama de la comunicación política. Permitió a las personas conocer los rostros y las maneras de todos las candidaturas, de los gobernantes, de los políticos en general.
La comunicación es en parte verbal y en parte visual, por lo que la comunicación masiva sin duda mejoró con la televisión, donde es posible ver y escuchar a la vez, como en el cine, pero a cualquier hora y desde la comodidad del hogar. Gracias a esto la ciudadanía comenzó a sentirse más interesada en el discurso político, que ahora venía acompañado de una cara (o varias).
Pero la televisión vino con sus propias reglas a las cuales se tuvo que adaptar el discurso político. La programación televisiva tiene que respetar ciertos horarios, cortes publicitarios, palabras y gestos bajo censura, y el estilo o tono propio de cada programa. A razón de esto, cuando un político hace acto de presencia en la televisión, su discurso está limitado bajo estas condiciones.
Esta situación conllevó a que los políticos comenzaran a estructurar su discurso es función de presentarlo en la televisión. Intentando que tenga una duración corta, que vaya con precisión a los puntos importantes, y lo más importante: que sea atractivo para el público, ya que a diferencia de una audiencia presencial en un auditorio, la cual ha asistido específicamente a escuchar el discurso, la audiencia televisiva enciende el aparato en busca de aquello que “le atrape”, y no lo piensa dos veces antes de cambiar de canal si no le interesa aquello que el político tiene para compartir.
De una manera empírica y prácticamente inconsciente el político adopta las herramientas del actor, para garantizar que su discurso sea escuchado por la mayor cantidad de personas posible.
De cierta forma, esto ha sido bien recibido a través de los años por la ciudadanía. La gente se complace con los programas televisivos de entrevista política y de debates entre los candidatos, en los cuales, se quiera o no, los políticos están representando un guion, unos personajes.
La política del espectáculo en la modernidad
¿Hoy día un político que no sea actor está en desventaja? Me temo que confundimos interpretación con falta de autenticidad, pues a ello nos han llevado en estos años la política. Tan así es, que hoy se premia la autenticidad, aunque sea para pedir disculpas o perdón. Para ganar una contienda política, o simplemente mantenerse en el escenario político, es necesario atraer la atención de las masas, y por mucho que nos cueste aceptarlo, las masas no se decantan por los discursos más elaborados e intelectuales, sino por las palabras emotivas y la conexión. El proceso que hacen los políticos para adoptar un lenguaje sencillo y acompañarlo del carisma que se gana el cariño y la confianza de los electores es prácticamente igual que adoptar un papel, igual a convertirse en actor. Insisto, esto no quiere decir que se abandone la autenticidad o se copien las fórmulas de otros políticos (muy habitual también en nuestros tiempos y que tantos memes está generando).
La modernidad ha afianzado esta costumbre en lugar de combatirla. La mayor carga de la comunicación política se está desplazando de la televisión a las redes sociales y otras plataformas de Internet, pero en este medio hay mil veces más contenido que en la televisión, por lo que el discurso político debe ser aún más preciso y seductor que en la televisión. Los políticos resumen sus propuestas a los 280 caracteres de Twitter y comprimen sus apariciones a los 60 segundos de video de Instagram.
Cuando el espectáculo es sinónimo de Farsa
Tal parece que la respuesta a la pregunta es: “Sí. Todos los políticos son actores”. Al menos en parte. Pero esto ¿es bueno o malo para la ciudadanía? ¿Podemos confiar en los políticos actores?
Caer en cuenta de que las manifestaciones públicas de los políticos son un montaje puede hacer desconfiar a muchos de los electores. Es en extremo difícil saber con certeza qué tanto porcentaje de actuación está usando el político y qué otro tanto es auténtico. El discurso se reduce a solo aquello que queremos escuchar, pero ¿qué es lo que no nos están diciendo? ¿Qué tanto se usa esta magia del espectáculo para mentirnos o manipularnos? En política, o mejor dicho en el marketing político, ¿todo vale?
No hay forma de saberlo con certeza. Nuestras ansias por entretenimiento nos generaron mayor interés por la política pero nos dejaron más susceptibles al engaño. Aun así, no estamos indefensos.
La mudanza de la política de la televisión a las plataformas en línea nos dan la oportunidad de interactuar con los políticos: responderles, criticarles, cuestionarles. Y más que una oportunidad debería ser una obligación.
Haciendo preguntas enfocadas a los temas más delicados y polémicos la ciudadanía se puede asegurar de desenmascarar a los políticos deshonestos y de conocer a aquellos que tienen propuestas reales. Es el momento perfecto para que la ciudadanía se convierta en periodistas y entrevistadores. El espectáculo no es una desventaja para nadie si se usa en ambos sentidos.