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4 errores en la gestión de una crisis: del Katrina de Bush a la DANA de Mazón

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Lo que Bush no aprendió en 2005, Mazón lo repitió en 2024: ¿por qué seguimos cometiendo los mismos errores?

Las crisis, independientemente de su naturaleza, pueden convertirse fácilmente en una oportunidad para fortalecer un liderazgo, o para precipitarlo a su colapso. En este sentido, y si consideramos un contexto global que cada vez es más incierto y volátil, los líderes políticos se ven inevitablemente obligados a responder con rapidez, claridad y eficacia.

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Por una parte, de su capacidad para anticipar, coordinar y actuar depende no solo la estabilidad institucional, sino también la seguridad y la vida de miles de personas. Por otra, estos escenarios s su vez se convierten en una gran herramienta para la construcción –o el deterioro- de la imagen pública.

Con el ánimo de evaluar la transcendencia de una gestión de crisis adecuada, así como los vacíos políticos, administrativos y de liderazgo que deben evitarse. En esta entrada, analizaremos algunos de los puntos en común que tuvieron el expresidente George Bush en la gestión del huracán Katrina en 2005, y la del presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, durante la Dana en 2024.

Miles de vidas en juego… y los líderes sin plan: el lado más oscuro de la gestión política.

Como veremos, ambos son un claro reflejo de una crisis de liderazgo, coordinación y falta de comunicación efectiva. Los siguientes son los puntos clave y las oportunidades de aprendizaje de cara a nuevos escenarios.

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Aunque aún haya líderes políticos o empresariales que quieran negarlo, el cambio climático y sus consecuencias ya forman parte estructural de nuestras realidades. Tal como lo han venido advirtiendo científicos y expertos, los cambios en la temperatura atmosférica y otros fenómenos, empezarán a repercutir con mayor intensidad y letalidad en todo el mundo.

4 errores y fracasos en la gestión de una crisis: del Katrina de Bush a la DANA de Mazón

Frente a este panorama, una pregunta se vuelve cada vez más urgente: ¿están preparados nuestros líderes e instituciones para gestionar con eficacia estas crisis? Esta no es solo una cuestión técnica, sino profundamente política y estratégica. La razón es que, la preparación y respuesta ante este nuevo tipo de riesgos y amenazas se está convirtiendo en un gran termómetro para evaluar la capacidad de liderazgo, calidad en la gestión pública, la solidez de las instituciones y la confianza ciudadana.

Ejemplos como el de G. Bush en 2005 en Nueva Orleans, pareciera habernos dejado muchísimos aprendizajes en torno a estos temas. Sin embargo, dos décadas después, otros líderes del mundo, siguen repitiendo sus desaciertos, evidenciando que hace falta mucha más prevención, coordinación institucional, profesionalismo y eficiencia. ¿Qué seguimos sin aprender?

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4 errores en la gestión de crisis de los que aún podemos aprender

Además del trágico saldo en vidas humanas que dejaron catástrofes ambientales como el huracán Katrina en EE.UU, y la Dana en Valencia, España. Estos eventos naturales también reflejaron la profunda fragilidad institucional, desorganización política y falta de planeación y comunicación efectiva. Igualmente, demostraron cómo todo lo anterior, tiene el poder inmediato de poner en vilo la confianza pública y por supuesto, la imagen pública de quienes están al mando.

A continuación, analizamos cuatro fallos recurrentes en ambos casos que siguen siendo lecciones abiertas para cualquier líder que aspire a gobernar en tiempos de incertidumbre climática.

  1. Liderar sin planificar: por desgracia, uno de los puntos centrales en los que la gestión de ambas catástrofes coincidió, fue en la ausencia de la prevención y planificación del riesgo. Tanto Mazón como Bush, tuvieron que enfrentar la letalidad de las consecuencias de los fenómenos, en gran parte, por la falta de inversión y preparación. Tanto en infraestructura, como en términos de organización técnica e institucional las dos administraciones fallaron desastrosamente.

En el caso de Bush, el diseño inadecuado, la falta de mantenimiento e inversión en los diques que rodeaban Nueva Orleans, fue determinante en la magnitud de las inundaciones que destrozaron la ciudad y aumentaron el número de personas damnificadas o fallecidas.

Por su parte, en la Dana de Valencia, brillaron por su ausencia de planes de emergencia, de evacuación, y en general, de atención a desastres. En ambos casos, esta experiencia deja claro que, prepararse e invertir en prever los efectos de los fenómenos, no es malgastar recursos, ni tiempo, sino una oportunidad invaluable para salvar vidas, aun cuando las situaciones parezcan no representar ningún peligro.

  1. Pretender liderar en solitario, el camino al fracaso: por su complejidad e imprevisibilidad, una crisis no puede ser abordada desde una lógica unipersonal. Por el contrario, exige un liderazgo colaborativo, visión estratégica y una altísima capacidad de coordinación entre distintos niveles e instituciones. Cuando esto no ocurre, el impacto no solo se multiplica, sino que puede volverse inmanejable, tanto en términos humanos como reputacionales.

Este fue justamente uno de los grandes vacíos en la gestión de ambos desastres. En EE.UU, la descoordinación entre la FEMA, las autoridades estatales y los gobiernos locales, llevó a que la primera no recibiera a tiempo la información clara sobre las necesidades logísticas.

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Sumado a esto, distintos niveles de gobierno (federal y local) se enfrascaron en una guerra de señalamientos partidistas, en lugar de activar la respuesta unificada y eficiente que la ciudadanía necesitaba.

Mientras tanto, en Valencia, se vivió una situación similar. Las alertas desde la Generalitat hacia los ayuntamientos fueron tardías, y la reacción del presidente Carlos Mazón fue lenta y poco contundente (aún seguimos sin saber qué pasó en su dilatado almuerzo). Asimismo, la falta de comunicación y sincronización institucional retrasó la llegada de recursos clave, como la intervención de la Unidad Militar de Emergencias, aumentando la sensación de abandono en la población afectada.

En los dos casos, el síntoma más claro apunta a una burocracia lenta, rígida e incluso, hasta politizada, que se enfocó más en debates o intereses partidistas que en atender a la ciudadanía.

  1. No escuchar a los expertos, algo que puede salir muy caro: uno de los errores más graves en la gestión de una crisis es ignorar o desestimar las advertencias de quienes cuentan con el conocimiento técnico y científico necesario. Lastimosamente, en los casos que analizamos, este patrón se repitió con consecuencias alarmantes.

En el primer caso, tanto la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), como el Cuerpo de Ingenieros del Ejército, advirtieron sobre los riesgos de no invertir en el mantenimiento de los diques que protegían la ciudad, ante un eventual huracán de gran categoría. Igualmente, pese a las alertas del Centro Nacional de Huracanes, la fuerza del fenómeno se subestimó, lo que llevó a declarar una evacuación cuando ya era demasiado tarde.

Mazón por su parte, desafortunadamente siguió el mismo guion. Pese a que la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) había pronosticado lluvias torrenciales en el área desde el día anterior a la Dana y señaló riesgos de inundaciones y borrascas. El presidente de la Generalitat hizo caso omiso, evitando emitir alertas a los ciudadanos. Los avisos llegaron, cuando ya era demasiado tarde y el agua ya había inundado la mayoría de municipios.

Estas situaciones reflejan una preocupante desconexión entre el liderazgo político y el conocimiento técnico. No escuchar a los expertos no solo amplifica los daños, sino que compromete seriamente la imagen y credibilidad de los gobiernos. En tiempos de crisis, el saber especializado no es opcional: es una herramienta fundamental para prevenir el desastre y proteger a la ciudadanía.

  1. La respuesta ineficiente y su equivalente en vidas perdidas: la respuesta generada por ambas administraciones ante la catástrofe, no fue sino el cúmulo de desaciertos antes mencionados. Es decir, la falta de prevención y planificación, la ausencia de coordinación, y la negligencia respecto a la información disponible, solo podían generar algo: una respuesta ineficiente, desorganizada y lenta.
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En ambos casos se evidenció falta de coordinación logística para hacer llegar los bienes de primera necesidad a las personas afectadas. Así como para llevar a cabo las respectivas evacuaciones y rescates. Al punto que, en España, por ejemplo, fue la ciudadanía (afectada y no afectada) la que se unió para atender, dar refugio, agua y comida a las víctimas.

4 errores en la gestión de crisis

En definitiva, las dos emergencias exponen un patrón preocupante: frente a la inoperancia institucional, es la sociedad civil la que se ve obligada a actuar. Y si bien esto puede resultar esperanzador en términos de la calidez y sentido humano. También revela el grave coste de la incompetencia política cuando más se necesita liderazgo real, lesionando aún más los lazos de confianza entre instituciones y ciudadanía.

Liderazgo en crisis, la única conclusión posible

Más allá de los errores logísticos y técnicos de ambas gestiones, hay algo mucho más claro que se revela, y es un liderazgo en crisis. Sin duda, es ante situaciones extremas que la ciudadanía espera de una figura política aptitudes como claridad, empatía, decisión y capacidad para movilizar recursos e instituciones de forma efectiva. No obstante, tanto Bush como Mazón brillaron por su desconexión, falta de asertividad tanto técnica como política, acompañada de una alarmante carencia de sensibilidad social.

Las consecuencias no se limitan a los daños inmediatos: pérdida de vidas o daños materiales, sino que también fracturaron de forma profunda la confianza pública. Claramente, las actitudes ineficientes de los dos líderes minaron su credibilidad y, probablemente, los marcan de forma irreversible como figuras incapaces de responder a la altura del cargo que ocupan.

Sin embargo, hay un daño más sutil, y a la vez más grave: el que queda en el imaginario colectivo. Y es que cada fallo de este calibre alimenta, indiscutiblemente, la percepción de que la política es ineficaz, los líderes no están preparados y que las instituciones no sirven. Dicho deterioro simbólico erosiona aún más la ya frágil legitimidad de los gobiernos, desincentiva la participación ciudadana y complica el surgimiento de liderazgos nuevos, capaces de inspirar confianza y movilizar el cambio.

En este día...

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