Es evidente que las campañas políticas más efectivas giran en torno a temas que impactan el día a día de las personas como la economía, la seguridad, y promesas de cambio y menos en ideales abstractos como la democracia o el respeto a las instituciones o los peligros del discurso de odio. Aunque es innegable que la estabilidad democrática es esencial, para la mayoría de los votantes lo que realmente cuenta es lo que pueden ver en su mesa o su bolsillo.
Los recientes resultados electorales en Estados Unidos lo dejan claro: las personas votan con el bolsillo. Como decía el consultor de Bill Clinton en los noventa, James Carville, “es la economía, estúpido”. Pese a los esfuerzos de algunos candidatos por destacar valores como “proteger la democracia”, estos temas no conectan con la ciudadanía cuando hay incertidumbre económica.
En elecciones recientes, lo que realmente ha resonado es cómo los políticos abordan temas económicos, migración y problemas cotidianos. Y, cuando esos discursos conectan con lo que preocupa a la gente, las promesas de estabilidad se vuelven más atractivas que cualquier ideal abstracto.
Estados Unidos: economía y migración al frente
Durante la administración de Donald Trump, antes de la pandemia, la economía estadounidense mostraba estabilidad, con tasas de desempleo históricamente bajas. Sin embargo, la llegada de la pandemia en 2020 cambió ese panorama.
La economía se tambaleó, el desempleo creció y, con ello, las prioridades de los votantes cambiaron drásticamente. Para la mayoría, la estabilidad económica se volvió más importante que cualquier discurso sobre proteger la democracia. Esto afectó el respaldo a Trump en las elecciones de 2020.
Bajo Joe Biden, los esfuerzos por recuperar la economía han sido continuos, pero no siempre suficientes para calmar las preocupaciones de una clase trabajadora cada vez más frustrada. Los datos de la Oficina de Análisis Económico de EE.UU. muestran un crecimiento moderado que, aunque positivo, no termina de aliviar la presión económica que sienten muchos.
A esto se suma la cuestión migratoria, que, aunque es un tema aparte, se cruza con la economía en la mente de muchos votantes. Así, los discursos sobre la defensa de las instituciones quedan relegados ante temas que impactan de forma directa la vida cotidiana.
México: programas sociales y una narrativa de pueblo
En México, la dinámica no es muy distinta. Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha usado una retórica de “cercanía al pueblo”, con un enfoque en la protección de las clases populares y en programas sociales.
Su popularidad no se sostiene solo en palabras; los programas sociales han sido una ayuda tangible para muchos. Así, el discurso de AMLO ha funcionado, no solo porque es convincente, sino porque está respaldado por acciones concretas que las personas pueden ver y sentir en su día a día.
Recientemente, Claudia Sheinbaum, en su carrera para suceder a AMLO, ha seguido esa línea. Su discurso, que apela a la continuidad de los programas sociales y a la protección de los sectores más vulnerables, se centra en ofrecer respuestas concretas para un entorno incierto. La economía, de nuevo, se convierte en el eje de la estrategia política en lugar de los ideales abstractos.
Costa Rica: una retórica confrontativa y popular
En Costa Rica, la situación también muestra cómo el discurso político puede dominar la agenda pública. El presidente Rodrigo Chaves ha usado un discurso confrontativo y de “anticorrupción” que resuena con la gente. Aunque polémico, su estilo ha logrado captar la atención de una ciudadanía que busca respuestas ante los problemas económicos y sociales del país.
Según el Instituto Nacional de Estadística y Censos de Costa Rica (INEC), aunque ha habido mejoras en el empleo y reducción de la pobreza, aún hay amplios sectores que se sienten inseguros económicamente.
Esta mezcla entre retórica y resultados tangibles le ha permitido a Chaves mantener una base de apoyo sólida. De nuevo, como en los casos de AMLO y Trump, el discurso tiene efecto, pero los temas económicos son los que realmente pesan.
Las burbujas de información y la desconexión de ciertos temas
Los valores democráticos y la defensa de las instituciones son temas fundamentales, pero no parecen tener el mismo impacto emocional que las promesas de estabilidad económica o de cambio concreto.
Parte de esta desconexión puede explicarse por lo que algunos llaman las “burbujas de información” o “cámaras de eco”, donde la gente queda atrapada en un entorno informativo que refuerza sus propias creencias. Para muchos, hablar de “salvar la democracia” puede sonar distante y poco urgente frente a las preocupaciones cotidianas que enfrentan.
Cuando los políticos se enfocan solo en discursos abstractos o en temas alejados de la vida diaria, corren el riesgo de hablar solo para quienes ya están convencidos. En los casos de Kamala Harris en Estados Unidos, Xóchitl Gálvez en México o José María Figueres en Costa Rica, sus llamados a proteger las instituciones democráticas no resonaron tanto con el público general, que parecía más preocupado por lo inmediato.
Eso sí, tanto Sheinbaum, Trump como Chaves tienen en común un efectivo uso de la retórica y de la polarización en sus contextos.
¿Es la democracia el costo de la democracia?
Al final, la democracia parece encontrarse en una encrucijada. En un sistema que permite el libre juego de discursos y promesas, es posible que las estrategias de persuasión y los mensajes emocionales terminen eclipsando el debate crítico.
La pregunta queda en el aire: ¿es la democracia misma vulnerable a ser manipulada y usada como herramienta de persuasión masiva? Y si es así, ¿puede mantenerse fiel a sus principios en un mundo donde la retórica y las promesas inmediatas parecen tener más fuerza?
La democracia ideal puede parecer cada vez más lejana cuando se enfrenta a un contexto donde el discurso no se basa en el análisis crítico, sino en una competencia de promesas a corto plazo. Al final, mientras la situación económica no mejore de manera sostenida, la democracia seguirá siendo un terreno fértil para discursos que movilizan, pero también dividen y manipulan.
¿Es entonces la democracia una utopía en tiempos donde la economía y las emociones ocupan el centro del escenario? No hay respuestas fáciles, pero parece que los votantes, una y otra vez, ponen el foco en lo que sienten y ven en su día a día, dejando a los ideales abstractos en un segundo plano.
Por Fernando Francia