Las próximas elecciones que se celebrarán en Colombia entre marzo y junio de 2026 supondrán un nuevo y decisivo pulso político para el país.
El fuerte clima de polarización que ha caracterizado la vida política nacional, vuelve a plantear la disyuntiva entre, continuar en la senda del cambio, promovida por las fuerzas progresistas hoy en el gobierno, o retomar el rumbo tradicional ligado a las derechas y ultraderechas. Mientras tanto, una opción de centro o independiente todavía no logra consolidarse con fuerza.
A continuación, analizaremos cuáles son las candidaturas que empiezan a posicionarse en los distintos bloques, así como las posibilidades de una corriente de centro. Todo ello, en medio de una tensión interna por el aumento de la violencia, y externa por las presiones internacionales de gobiernos aliados como el estadounidense.
El estallido social de 2021 dejó en evidencia la necesidad de una agenda social capaz de transformar problemáticas estructurales como la desigualdad y la exclusión. Ese clamor ciudadano, que el Pacto Histórico logró condensar y traducir en una propuesta de gobierno, será puesto a prueba en 2026.
Pese al importante respaldo popular a la propuesta del cambio, la consolidación del primer gobierno de izquierdas en la historia de Colombia ha sorteado diversos obstáculos. Desde gestionar y mantener alianzas con sectores políticos tradicionales, inestabilidad y divisiones internas, hasta una opinión pública altamente dividida.
A lo largo de su gobierno, muchas de esas alianzas han fracasado y numerosos partidos se han retirado del gobierno. Esta dinámica ha generado una fuerte atomización partidista que hoy se manifiesta en aproximadamente 50 precandidaturas para las próximas elecciones, un número sin precedente histórico.
Visto así, hoy el panorama y espectro político está dividido en aproximadamente cuatro bloques, y 32 partidos. Aunque todavía no hay candidaturas definitivas, las consultas internas que varios partidos realizarán antes de finalizar 2025 permitirán perfilar las apuestas hacia la primera vuelta.
Pese a su reciente condena, la figura de Álvaro Uribe seguirá siendo de gran influencia en las elecciones de 2026. El Centro Democrático, fundado por Uribe, elegirá su candidatura a través de una encuesta que se realizará entre diciembre de 2025 y enero de 2026.
Por el momento, figuras como la de la periodista Vicky Dávila, han sido las más visibles. No obstante, otras personalidades y congresistas como María Fernanda Cabal, Paloma Valencia, Paola Holguín o Andrés Guerra, fieles partidarios de Uribe, también figuran en la lista para recibir el beneplácito de su jefe político y del electorado afín.
Además de enarbolar nuevamente la bandera de la seguridad bajo un estilo fuertemente marcado por la “mano dura” y un importante componente militar. En esta ocasión, el Uribismo y sectores cercanos como los líderes de iglesias evangélicas, se identifican ampliamente con los postulados de la derecha internacional.
Su discurso empieza a alinearse con los gobiernos y postulados de figuras como Javier Milei en Argentina, Nayib Bukele en El Salvador y Donald Trump en Estados Unidos. En este último caso, el Uribismo, busca reestablecer la alianza estratégica tradicional en temas de seguridad regional, lucha antidrogas y cooperación económica, áreas en las que el actual gobierno ha tomado cierta distancia.
Cada vez son más los sectores que han empezado a leer el cambio social y político de Colombia en la última década. Por lo tanto, algunos partidos políticos, aunque tradicionales, plantean la necesidad de desmarcarse de figuras como Uribe o posturas radicales. Este es el caso de partidos históricos como el Liberal, el Conservador y Cambio Radical, quienes junto con el Partido de la U buscan definir una candidatura para el veintiséis.
En este sentido, se espera que figuras como Germán Vargas Lleras, David Luna, Mauricio Cárdenas, o Jaime Pumarejo, midan sus fuerzas para definir una candidatura capaz de alinear al país nuevamente con la derecha, mostrando al mismo tiempo independencia del Uribismo.
La búsqueda de una candidatura competitiva en la izquierda ha sido un proceso complejo. La estrategia de Gustavo Petro para garantizar la continuidad del progresismo se asemeja a la experiencia del Frente Amplio uruguayo, una alianza de fuerzas populares y de izquierda que en 1971 logró consolidar un proyecto político común.
En esa línea, el Pacto Histórico pretende definir una candidatura única que represente a todos sus movimientos y partidos. Luego buscaría medirla frente a opciones de centroizquierda como el liberalismo o los verdes, y finalmente, enfrentar con mayor solidez a las derechas y colectividades tradicionales como Cambio Radical o el Partido Conservador.
Sin embargo, decisiones recientes del Consejo Nacional Electoral (CNE) han puesto en duda la viabilidad de este proyecto. Según el organismo, la consulta en la que se medirían nombres como Iván Cepeda, Carolina Corcho, Gustavo Bolívar, Susana Muhammad o Gloria Flórez no sería considerada “interna”, sino “interpartidista”.
El argumento radica en que el CNE no reconocería la adhesión legal de partidos como Colombia Humana al Pacto Histórico. En consecuencia, el Pacto Histórico correría riesgo de quedar inhabilitado para participar en una segunda consulta en marzo, lo cual debilitaría sus opciones estratégicas.
En ese orden, el Pacto Histórico tendría que ir de forma individual a primera vuelta, sin suficiente fuerza y, además, sin posibilitar una alianza con sectores de centro-izquierda. O bien renunciando a una candidatura propia para confluir con estos.
Todos estos obstáculos jurídicos, no solo tienen en vilo el futuro de la consulta del partido. Al mismo tiempo, ponen en duda qué tan conveniente sea medir en las urnas, de manera tan prematura, y en el marco de tantas confusiones, a la colectividad. Algo que dejaría al desnudo, quizá una fuerza incipiente para enfrentar tanto las legislativas como las presidenciales.
Con todo, y pese a las vicisitudes, la consulta se efectuará el próximo 26 de octubre de 2025. Su resultado, favorable o no, será definitivo para que las fuerzas progresistas definan la viabilidad de continuar con la idea del Frente Amplio o apostar por otro tipo de estrategia.
Debido al fuerte clima de polarización y a la incertidumbre que reina tanto en las derechas, luego de la muerte del ex candidato Miguel Uribe, así como en las fuerzas progresistas. Podría pensarse que es el momento perfecto para que emerja del centro político una candidatura suficientemente atractiva y sólida.
Sin embargo, siguiendo una tendencia similar a los dos espectros preponderantes, y a una falta de determinación estratégica, figuras históricas de esta corriente como Claudia López y Sergio Fajardo, todavía no terminan de definir sus apuestas.
Por un lado, su incapacidad para establecer alianzas y por el otro, la ausencia de posturas claras respecto a temas centrales de la agenda, son aspectos que no contribuyen a impulsar una visibilidad sólida.
No obstante, López y Fajardo no son las únicas figuras que se perfilan en esta corriente. En la escena, también aparecen otras figuras como Juan Manuel Galán por el Nuevo Liberalismo, quien, a diferencia de los anteriores, ya busca alianzas con el partido Dignidad y Compromiso, y con el Partido Mira para conformar listas al Congreso de la República.
Por otro lado, candidaturas como la de Juan Daniel Oviedo, Juan Fernando Cristo, Alejandro Gaviria, Maurice Armitage, Aníbal Gaviria o Juan Carlos Saldarriaga, también están puestas en la mesa.
En su mayoría, se trata de personajes con experiencia en lo público (ministerios, alcaldías o gobernaciones), pero con poca fuerza política a nivel individual. Con lo cual, tal como lo plantean desde ya Cristo o Galán, la estrategia es, sin duda, plegarse a estructuras partidarias más sólidas para lograr el aval y la visibilidad de la ciudadanía.
Con todo, y pese al amplio número de posibles candidaturas, incluso en las figuras más visibles, aún prevalece la incapacidad de marcar la conversación en la agenda política electoral. Algo que el país actual difícilmente puede aceptar en un contexto de extrema atomización política.
De cara a 2026, Colombia se aproxima a unas elecciones que definirán no solo el rumbo político y económico del país, sino también el sentido de su proyecto democrático. Las tensiones entre continuidad y restauración, entre cambio social y orden tradicional, marcan un escenario de alta incertidumbre donde la polarización sigue siendo el eje estructural del debate.
Mientras las derechas intentan recomponer su liderazgo y las fuerzas progresistas buscan mantener la unidad en torno al Frente Amplio, el centro aún no consigue articular una alternativa convincente. En este tablero fragmentado, es altamente probable que la elección dependa menos de los nombres y/o partidos, y más de la capacidad de cada candidatura para conectar con un electorado escéptico, que pide cambios y exige resultados.
Si algo reflejan las precandidaturas y alianzas en curso, es que Colombia llega a 2026 en medio de una transición aún inacabada: entre la esperanza del cambio y el peso de las viejas estructuras. Lo que está en juego no es solo quién gobierne, sino qué modelo de país prevalecerá en la próxima década.
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