¿Cómo es que una campaña política ha pasado de ganarse en las urnas a disputarse primero en lo virtual?
La explicación reside en la tecnopolítica, un concepto que explica la forma en que tecnología y política se conjugan para generar nuevos procesos y expresiones de lo político-democrático, el gobierno y el poder, a partir de herramientas tecnológicas.
En América Latina, donde la penetración de redes sociales supera el 75% de la población, la tecnopolítica se ha convertido en arma de doble filo: capaz de catapultar liderazgos con estrategias innovadoras, pero también de alimentar desinformación y polarización.
En este post analizaremos cómo ha evolucionado este modelo en la región, revisaremos casos emblemáticos —tanto de éxito como de fracaso— y reflexionaremos sobre los desafíos éticos y estratégicos de incorporar tecnología en el corazón de la política.
El Big Data, el análisis de datos, la Inteligencia Artificial (IA), el machine learning, entre otros, están redefiniendo la forma en cómo se conecta y conoce al electorado. Pero también, en cómo se convence a la ciudadanía de cuál es la mejor alternativa.
Paralelamente, la realidad multiplataforma predominante (YouTube, WhatsApp, Instagram, TikTok), está redirigiendo el debate, la opinión pública, el acceso a la información, y en general, todo aquello que implique comunicar y divulgar.
Aunque la tecnopolítica plantea un escenario bastante atractivo en términos de optimización de recursos, interacción directa y personalizada con los votantes. Así como la posibilidad de generar un vínculo emocional de mayor impacto con la ciudadanía. Sus alcances también están suponiendo graves encrucijadas para la democracia, la transparencia y la libertad de información y elección.
En este sentido, la posibilidad de manipulación mediante desinformación, granjas de bots o campañas coordinadas de odio se ha convertido en una preocupación central. El uso de big data sin controles éticos, o la creación de burbujas informativas, a su vez, están afectando gravemente la transparencia electoral y la deliberación pública informada e imparcial.
Por eso, la coherencia, transparencia, la educación ciudadana, el debate plural, abierto e informado deben seguir siendo las bases de cualquier proyecto político.
En América Latina, la tecnopolítica ha encontrado un terreno fértil gracias a la alta penetración de la telefonía móvil, el acceso creciente a internet y el hecho de que 86% de los latinoamericanos usa redes sociales. A esto se suma la crisis de los partidos tradicionales, que ha convertido los escenarios digitales en espacios clave para disputar votos, posicionar narrativas alternativas y llegar a las nuevas generaciones.
En este sentido, plataformas como WhatsApp, Facebook, Instagram, TikTok y YouTube han abierto nuevas formas de interacción entre ciudadanía y partidos, donde la generación de contenido personalizado y la variable generacional se han vuelto decisivas para ganar influencia y popularidad y votos.
En la última década, las campañas en la región han adoptado de manera cada vez más intensiva, técnicas como la segmentación avanzada de públicos, la mensajería masiva en WhatsApp y Telegram, y la microtargetización en redes sociales. También se ha recurrido al controvertido uso de bots y cuentas automatizadas, capaces de amplificar mensajes, y, en muchos casos, difundir información falsa y tendenciosa.
A su vez, las herramientas de análisis predictivo han permitido anticipar comportamientos electorales y ajustar estrategias en tiempo real, incrementando la capacidad de éxito de las campañas y en muchos casos, rompiéndose los paradigmas tradicionales de liderazgo político y partidista.
Si hace una década las campañas digitales eran solo un complemento de la estrategia de comunicación, hoy son un eje vertebral.
Este alcance y transformación acelerada, no solo ha aumentado el rendimiento de las campañas, diversificado el activismo digital y amplificado la participación e interacción política. A su vez, ha generado resultados preocupantes en términos de transparencia, desinformación masiva, manipulación algorítmica y el uso indebido de datos.
Para cerrar, echemos un vistazo a casos de la región que reflejan ambas caras de la moneda y sus consecuencias.
Gabriel Boric (Chile, 2021)
El caso chileno es uno de los que mejor reflejó el uso de plataformas emergentes en su momento, como TikTok. Su equipo de campaña incursionó en esta red social buscando una mayor cercanía con el electorado más joven. Que, para el caso del país austral, había sido el protagonista de una fuerte movilización social previa al proceso electoral.
Boric aprovechó esta plataforma y el uso de memes para generar un vínculo más estrecho con este público. Al mismo tiempo, en redes como Twitch promovió un diálogo político horizontal, atendiendo a una demanda fundamental de los jóvenes y algunos sectores sociales del país.
En este caso, el componente tecnopolítico, combinado con un activismo digital coordinado, permitió conectar con el descontento social y transformarlo en una narrativa dirigida hacia el cambio. Lo que a su vez derivó en entusiasmo social, amplificación de la base electoral y un mayor número de votos.
Javier Milei (Argentina, 2023)
El caso de Milei refleja el gran potencial emocional de la política en la era digital, sobre todo en contextos de crisis. El ascenso del actual presidente argentino, estuvo fuertemente marcado por el uso de plataformas como YouTube, TikTok y X.
En estos canales, la campaña de Milei logró hacer virales diversos contenidos cargados de confrontación y alusivos a escenarios polarizantes y catastróficos. De este modo logró movilizar a sectores despolitizados, desinformados y en búsqueda de liderazgos fuera de formato (outsiders).
Milei, un candidato sin partido político fuerte, pero con un equipo que se sabía mover muy bien en redes, instaló con éxito una fuerte narrativa de miedo, división, y crisis política y económica. Esto, sumado a su figura de influencer y figura pública, construida años previos, le permitieron ganar a partidos históricos. Y sobre todo, posicionarse como como una alternativa novedosa y válida frente a la fuertemente desprestigiada “casta política” argentina.
Jair Bolsonaro (Brasil, 2018)
La campaña de Bolsonaro resulta ser un ejemplo perfecto de éxito tecnopolítico pero altamente cuestionable en términos del uso ético y democrático de estas herramientas. El éxito de esta campaña se basó en el uso intensivo y eficaz de plataformas como WhatsApp para difundir mensajes, propaganda y mensajes virales.
Su estrategia se basó en una red descentralizada de simpatizantes que actuaban como multiplicadores. Al tiempo que un contenido dirigido a la confrontación y polarización. Todo ello a través de información falsa y tendenciosa.
Este ejemplo, puede considerarse un hito en términos del alcance de la tecnopolítica, pero a la vez expuso de manera bastante clara, los peligros de la desregulación digital y actuaciones sin ética ni valores democráticos.
Guillermo Lasso (Ecuador, 2021–2023)
Su campaña priorizó un enfoque más racional y técnico, más orientado a mostrar su perfil como banquero y gestor económico que a conectar emocionalmente con la ciudadanía. Su comunicación digital, por ejemplo, se redujo a adaptar spots tradicionales a plataformas online, sin aprovechar las dinámicas propias de interacción o viralidad. El resultado fue un débil enganche con sectores jóvenes y escasa penetración en canales clave como TikTok o WhatsApp.
Su estrategia, aunque profesional y programática, olvidó aterrizar el mensaje y el valor de la candidatura a un mensaje que conectara mejor con la ciudadanía. Desperdiciando así el potencial de las herramientas digitales. Por el contrario, y como ya contamos en su momento aquí, Xavier Hervas en esa elección fue todo un ejemplo a seguir.
Daniel Scioli (Argentina, 2015)
A diferencia de su rival Macri, la gran debilidad de Scioli fue la ausencia de un equipo de comunicación digital fuerte, así como la débil inversión económica en publicidad de este tipo.
Mientras el equipo de Macri se enfocó en estrategias de microsegmentación y viralización de contenidos emocionales. Scioli apostó por medios tradicionales como la radio y televisión, dejando sin cobertura grandes nichos en redes sociales. O bien, usando estas de forma unidireccional, sin interacción real ni posicionamiento de narrativas.
El resultado: no logró conectar con votantes indecisos ni ocupar espacios digitales con fuerza narrativa, lo que consolidó su derrota.
Comprender y dominar la tecnopolítica es hoy indispensable para cualquier liderazgo que aspire a conectar con la ciudadanía y ganar en los nuevos escenarios digitales. Desde nuestro equipo de consultoría política, ayudamos a gobiernos, partidos y candidatos a diseñar estrategias innovadoras, éticas y efectivas que convierten datos en votos o conectar con tu ciudadanía.
Nuestra experiencia en el desarrollo de campañas en toda Iberoamérica, así como con organismos internacionales como CEPAL, PNUD, CLAD o BID, nos respalda para acompañarte en el diseño de estrategias más inteligentes, transparentes y conectadas con la sociedad. ¿Hablamos?
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