Perú vive otro giro político tras la destitución de Dina Boluarte. Como consultor político internacional, observo un escenario donde la comunicación estratégica y la reconstrucción de la confianza serán determinantes para cualquier liderazgo que aspire a gobernar Perú en 2026.
El abrupto final del gobierno de Dina Boluarte y la asunción de José Jerí como nuevo presidente del Perú abren otro capítulo en la larga secuencia de inestabilidad que ha caracterizado la política peruana en los últimos años. En menos de una década, el país ha visto pasar siete presidentes, y cada cambio ha respondido menos a un proceso electoral que a una crisis institucional permanente.
Jerí, hasta hace pocos días presidente del Congreso, llega al poder tras la destitución exprés de Boluarte por “incapacidad moral”, en un contexto de desgaste político, violencia social y desconfianza ciudadana. El suyo será un gobierno de transición hasta las elecciones de abril de 2026, pero también una prueba para el sistema político: ¿será capaz de ofrecer un mínimo de estabilidad y credibilidad democrática? ¿Colocará al Perú al borde del abismo de un liderazgo autoritario? ¿Será el comienzo de una regeneración de la democracia peruana?
El escenario peruano se caracteriza por una fragmentación extrema: más de cuarenta partidos registrados, liderazgos efímeros y estructuras partidarias sin anclaje territorial real. Esa atomización ha vaciado el sentido de la representación y ha convertido la política en un terreno de microintereses y agendas personalistas, donde es cada vez más difícil construir consensos.
La ciudadanía, por su parte, observa con creciente escepticismo. Solo uno de cada diez peruanos confía en las instituciones democráticas, y la mayoría percibe que los cambios de gobierno son “repartos de poder” antes que soluciones reales. Ese desencanto generalizado configura el terreno perfecto para el ascenso de outsiders: figuras mediáticas o populistas que canalizan el hartazgo ciudadano con discursos antipolítica y promesas de orden.
En este contexto, cualquier candidatura que aspire a tener éxito en 2026 deberá reconstruir el vínculo con la gente, no desde el marketing vacío, sino desde una narrativa creíble que articule identidad, seguridad y esperanza.
José Jerí tiene escasos meses para demostrar que su gestión puede marcar alguna diferencia. Su margen es estrecho: legitimidad frágil, Congreso dividido y una sociedad movilizada. Sin embargo, también cuenta con una pequeña ventana de oportunidad: reducir tensiones, garantizar el proceso electoral y proyectar un mensaje de orden y gobernabilidad.
Si logra instalar una narrativa de estabilidad —aunque sea mínima— podría revalorizar el papel del Estado como garante del proceso democrático. Pero si su gestión repite los patrones de opacidad, improvisación y alianzas coyunturales, el Perú se encaminará hacia unas elecciones 2026 aún más polarizadas y volátiles.
Las próximas elecciones no solo definirán al sucesor de Jerí; serán, sobre todo, un plebiscito sobre el modelo político peruano.
El país necesita liderazgos capaces de conectar con la gente sin renunciar a la institucionalidad, de comunicar con empatía, pero también con estrategia. En otras palabras, necesita hacer política en serio.
La fragmentación actual no tiene por qué ser sinónimo de caos: también puede ser el punto de partida para un nuevo orden político, si surgen proyectos capaces de integrar, dialogar y reconstruir la confianza.
Y ahí radica la gran pregunta: ¿habrá alguien con la visión y la audacia necesarias para hacerlo?
Como consultor político, observo en el Perú un laboratorio vivo de lo que ocurre cuando la comunicación política pierde su conexión con la ciudadanía. Durante años, los mensajes se han centrado en el ataque, la descalificación o la promesa vacía, olvidando que la política se construye sobre credibilidad, consistencia y empatía.
La política peruana demanda estrategas capaces de escuchar, diagnosticar y diseñar narrativas coherentes que no solo busquen ganar elecciones, sino reconstruir legitimidad. Hoy, el reto para los equipos de campaña y los gobiernos locales es volver a traducir los datos en emociones y las emociones en confianza.
El consultor político contemporáneo no puede limitarse a elaborar slogans: debe entender el pulso social, analizar percepciones, segmentar audiencias y anticipar escenarios.
En un contexto tan volátil como el peruano, eso significa leer la calle, medir el humor social y diseñar estrategias que devuelvan sentido a la acción política.
Si algo ha demostrado la reciente crisis es que la comunicación sin estrategia es puro ruido.
Los próximos liderazgos en Perú tendrán que gestionar el relato con precisión, combinar narrativa emocional con rigor técnico, y demostrar que es posible gobernar desde la cercanía sin perder la institucionalidad.
Para ello, será clave contar con equipos profesionales capaces de articular una comunicación integral: territorial, digital y humana. Equipos que entiendan que los electores ya no buscan promesas, sino propuestas creíbles y liderazgo confiable.
La comunicación política no sustituye la acción, pero la potencia y la legitima. En un país donde la política ha perdido su narrativa, quien logre recuperarla tendrá una ventaja estratégica inigualable.
Perú se enfrenta a una encrucijada: o reconstruye sus cimientos institucionales, o profundiza su crisis democrática.
En un escenario tan volátil, la comunicación política —bien diseñada, ética y estratégica— será clave para reconectar a la ciudadanía con la política y para construir una narrativa nacional que vaya más allá de la coyuntura.
En este contexto, el papel de la consultoría política no es menor: analizar, interpretar y anticipar los movimientos sociales y electorales será esencial para quienes aspiren a gobernar con legitimidad.
Perú tiene nuevo presidente, pero el desafío sigue siendo el mismo: volver a creer en la política.
Como consultor político en Perú y Latinoamérica, sigo de cerca la evolución de este proceso. Si te interesa analizar escenarios, construir estrategia o fortalecer la comunicación de tu liderazgo, podemos conversar.
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