De la interconexión global a la supervivencia soberana

Si observamos con detenimiento el panorama de riesgos tecnológicos para la segunda mitad de la década, descubriremos que la verdadera amenaza no es el código malicioso, sino la reconfiguración de la geopolítica global.

Para entender hacia dónde nos dirigimos, debemos analizar una cadena de fenómenos interconectados que están demoliendo la vieja idea de un internet global, comenzando por lo que está ocurriendo en el viejo continente.

De facto, podemos considerar a Europa como el «canario en la mina» de esta nueva era. La Unión Europea, en su afán regulatorio con normativas como la NIS2 o DORA, está emitiendo la primera señal de alerta sobre la paradoja contemporánea sobre la impotencia de ejercer soberanía legal sobre una infraestructura que no te pertenece.

Europa intenta legislar sobre datos que residen en nubes americanas y viajan por enrutadores asiáticos, evidenciando una fragilidad estructural que pronto contagiará al resto del mundo con relación a la comprensión de que, sin control físico del hardware, la independencia política es una ilusión.

Esta ansiedad existencial está detonando la “balcanización” física de la nube. Ya no estamos hablando simplemente de firewalls o censura de contenidos, sino de una fragmentación territorial de la infraestructura.

Los estados están comenzando a exigir que la «nube» toque tierra, obligando a que los datos no solo se almacenen, sino que se procesen y administren exclusivamente dentro de sus fronteras geográficas.

La eficiencia global de la red está siendo sacrificada en el altar de la seguridad nacional, dando paso a un archipiélago de intranets fortificadas donde el flujo libre de información es reemplazado por aduanas digitales estrictas.

En este entorno fragmentado, surge una dinámica peligrosa: la militarización de la interdependencia. Las pocas conexiones que queden activas entre estos bloques no serán puentes de cooperación, sino puntos de estrangulamiento estratégico.

Las potencias hegemónicas utilizarán su control sobre nodos críticos —sean sistemas de pagos, APIs de servicios esenciales o cables submarinos— como armas de coerción diplomática.

La conectividad se transforma así en un vector de ataque; desconectar a un país rival del acceso a librerías de software o actualizaciones de seguridad será el equivalente moderno a un bloqueo naval.

Esta tensión escala hacia lo cognitivo con el surgimiento del “nacionalismo de la Inteligencia Artificial”. A medida que la IA se convierte en el motor de las economías, los gobiernos dejarán de verla como un producto neutral para tratarla como un activo de defensa.

Veremos un rechazo a los modelos generalistas globales en favor de «IAs Soberanas«, entrenadas con valores, idiomas y datos locales, diseñadas para proteger la identidad cultural y evitar la injerencia ideológica de potencias extranjeras. Los «pesos» de un modelo neuronal serán guardados con el mismo celo que los secretos nucleares.

Sin embargo, los estados no son los únicos actores en este tablero. Estamos presenciando la feudalización corporativa, un fenómeno donde las grandes tecnológicas (Big Tech) acumulan tal poder infraestructural que comienzan a operar como entidades cuasi-estatales.

En este nuevo feudalismo, naciones pequeñas o tecnológicamente dependientes se verán obligadas a negociar su seguridad y estabilidad digital directamente con corporaciones, aceptando términos de vasallaje tecnológico a cambio de protección bajo el paraguas de seguridad de nubes privadas gigantescas, erosionando aún más la autoridad estatal tradicional.+

Todo esto confluye en lo que definirá el final de la década: “la lucha de límites”. Estamos entrando en un periodo histórico de fricción constante donde se redibujarán las fronteras del mundo. Ya no se trata solo de líneas en un mapa, sino de jurisdicciones sobre el silicio y los datos.

La soberanía del siglo XXI pareciera que se definirá por la capacidad de una nación para defender estos nuevos límites invisibles, marcando el fin de la globalización digital y el inicio de un realismo tecnopolítico crudo y defensivo.

El telón ha caído sobre la utopía de la conectividad sin consecuencias. Lo que nos espera en el horizonte no es simplemente un entorno técnico más hostil, sino una reescritura completa de las reglas del juego económico y político.

La era de la eficiencia global, donde los datos fluían como el agua, está dando paso a la era de la resiliencia estratégica, donde cada bit de información debe tener un pasaporte y una defensa. Ignorar estas señales —desde el canario en la mina europeo hasta la feudalización corporativa—o es un riesgo operativo y una negligencia existencial.

En este nuevo tablero, hay una bipolaridad bizarra porque la neutralidad es imposible y la dependencia es peligrosa. Las organizaciones y naciones que no diseñen hoy su soberanía digital no serán meros espectadores del futuro, sino vasallos de aquellos que controlen la infraestructura.

Hoy día, ya no es si su organización está «segura» contra hackers, sino si es soberana ante potencias extranjeras y corporaciones feudales.

En este día...

Marvin G. Soto

Ingeniero, CEO, CTO, autodidacta, académico, investigador, speaker Internacional, emprendedor, disruptor, consultor, aprendiz de Journaling, pensador, innovador, enamorado de su profesión, apasionado por las letras, humano, esposo, papa… de dificil renunciar, lejano a rendirse…

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