Durante las últimas décadas, ha habido advertencias constantes de que la tecnología amenaza con superar la capacidad de nuestra civilización para adaptarse y contenerla, tema muy ligado a las ambiciones y al poder de quien la ejerce. ¿Podría ocurrir que una noble industria como la tecnológica sea convertida en un arma de destrucción masiva? ¿Algo así como un repetir de la historia del inocente descubrimiento que da origen a la bomba nuclear?
En las últimas semanas hemos sido testigos, entre protestas por diversas razones, de la aparición de muchas compañías tecnológicas ofreciendo en gestos generosos destinados a dar al ciudadano y/o al Estado, tecnologías para controlar, dominar o vigilar a las masas, aunque en el fondo todos sabemos que son de paso, para obtener ganancias y ofrecer control.
En otro orden, el uso de la tecnología para criminalizar a grupos vulnerables, opositores, marginados o a ciertos objetivos en particular. Sumado, la construcción de una infraestructura de vigilancia y manipulación masiva, que inevitablemente apunta a cualquiera que se oponga, se resista o se vuelva amenazante, sea borrado, censurado o incriminado. Es decir; ¡Nos han convertido en objetivo!
Históricamente se ha reprimido a ciertos grupos para proteger el «status quo». Desafiar al Estado por usurpar los derechos ciudadanos o de ciertas minorías, se ha vuelto sin duda; una acción suicida.
La pregunta sigue siendo: ¿Es posible la abolición, para las empresas e industrias que coluden con el Estado para potencian la violencia, la manipulación o el control indiscriminado y de paso beneficiarse de eso?
La comprensión de cómo se construye la dominación de las masas a través de la tecnología, es un buen lugar para comenzar. Debemos convertirnos en guardianes, pero del buen uso la tecnología. La premisa debe ser: ¿Contribuye esto realmente al bienestar humano y/o al bienestar social?
Las políticas de Estado han dividido la población en sendos grupos: pobres, ricos, indígenas, afiliación religiosa, política, deportiva, preferencia sexual, clase, pedigrí, abolengo, influencia, etc… Sin embargo, esto no puede eliminar el hecho de que el Estado nunca ha sido neutral, sino que siempre ha aprovechado una variedad de indicadores construidos para determinar quién es y qué es objeto de “ayuda”, de control, de dominación, de explotación, de censura o de persecución inclusive.
Esta sociedad rápidamente industrializada, urbanizada, conectada y con cambios demográficos exponenciales en las últimas décadas, ha sido reinventada a través de las estadísticas y la datificación, cual sea su forma y siempre desde las mismas primitivas proteccionistas y ambiciosamente egoístas. No obstante, debe recordarse que en el contexto del derecho a la privacidad y el respeto a la intimidad, rigen principios y postulados que los garantizan en los cuerpos legales de cada país.
La estigmatización endémica o la pureza de las clases, se ha venido consumando desde los datos, desde estas tecnologías modernas, a través de la generación de gemelos digitales, de la cibervigilancia, la biometría y una brutal analítica fría de las boronas digitales que dejamos y que han impulsado el contarnos como objetos, clasificarnos en categorías y convertirnos en estadísticas. Una semilla de nuestra propia deshumanización para mantener el poder y el control.
La tecnología, forjada e incrustada sobre valores e intenciones nobles, de progreso, se ve doblegada por el resultado de decisiones y acciones tomadas por humanos y luego utilizada por los mismos humanos con motivaciones y objetivos egoístas de dominación, control y poder. Revela la naturaleza auto-destructiva de la humanidad, ya conocida a través de toda su historia.
El imperativo de la recopilación trata de extraer todos los datos, de todas las fuentes, por cualquier medio posible. Crear sistemas que supervisen, administren y manipulen a las personas. Recopilar y refundir los datos como un recurso omnipresente, justo en el momento en que hay mucho que ganar para quien pueda reclamar esos datos y capitalizar su valor.
Controlar a través de sistemas extensos, conectados y ocultos, que monitorean a las personas desglosándolos en puntos de datos que se pueden registrar, analizar y evaluar en tiempo real, para que la exclusión y la inclusión se puedan ajustar con precisión en los puntos de control y seguimiento. Como una forma de naturalizar resultados estructurales como la pobreza o estrato social, la oposición, las discapacidades, etnia, creencias políticas o religiosas, etc. Es forjar la tecnología como un arma empuñada por grupos de poder, totalitarios, dictatoriales y perversos con fines de dominación.
En su búsqueda por establecer su legitimidad, politizando el crimen como una categoría y la tecnología como una herramienta, los Estados han creado las condiciones para que la opresión y el dominio se reproduzca perpetuamente.
En ninguna parte es esto más claro que en la implementación del software de vigilancia predictiva y de reconocimiento facial o en las redes sociales como plataformas de envenenamiento, dos herramientas que simplemente han mantenido el «status quo» y han profundizado las disparidades detrás de la criminalización, la violencia, la censura, el odio, la persecución a opositores y finalmente la represión a través del encarcelamiento.
Es el fin de incontables libertades y de la privacidad como la hemos conocido y el surgimiento de la censura y la prohibición como un derecho de quien domina, ignorante de que todos somos, de que nos necesitamos, de todos estamos conectados.
Antes de que los Estados comenzaran a coquetear con el análisis predictivo, ya era muy extendido en el sector privado. La industria de seguros, ha disfrutado durante décadas de la capacidad de grabar, analizar, disciplinar y castigar a las personas.
Los sistemas inteligentes —específicamente herramientas de vigilancia que aseguran un flujo interminable de datos y análisis— han permitido a las compañías de seguros e instituciones financieras mantener el derecho a decidir por esos datos quién es responsable, qué cosas valen, cómo debe organizarse la sociedad, etc., incluso cuando sus resultados reproducen las propias disparidades estructurales de la sociedad.
Infinidad de expertos han advertido que los sistemas de vigilancia predictivos y la manipulación de los datos recopilados, amenazan los derechos fundamentales y abren la puerta para que ciertos actores manipulen las conductas o comportamientos, de tal manera que podamos cambiar el rumbo de los eventos o de la historia misma. Ósea, manipular el resultado o las decisiones de la sociedad, como ya ha quedado manifiesto en contiendas electorales, plebiscitos y referéndums, entre otros.
Se ha planteado la preocupación de que este paradigma no solo distorsiona los datos para sus propios fines, sino que hace que sea casi imposible evaluar con precisión su impacto, positivo o negativo, en la sociedad misma.
En una columna para The Guardian, Ben Tarnoff argumenta por ejemplo, que para evitar un apocalipsis climático, tendremos que descarbonizarnos deteniendo el intento de las Big Tech de digitalizar todo mediante la implementación de tecnología en todas partes.
Tal posición podría generar acusaciones de ludismo, pero a eso Tarnoff dice: «Bien: el ludismo es una etiqueta para abrazar. Los luditas eran figuras heroicas y agudos pensadores tecnológicos. Destrozaron la maquinaria textil en la Inglaterra del siglo XIX porque tenían la capacidad de percibir la tecnología ‘en tiempo presente’, en palabras del historiador David F. Noble. No esperaron pacientemente el glorioso futuro prometido por el evangelio del progreso. Vieron lo que ciertas máquinas les estaban haciendo en tiempo presente, poniendo en peligro sus medios de vida, y los desmantelaron«.
Durante años, en nuestros países hemos padecido recortes presupuestarios sobre bienes y servicios públicos fundamentales que han llevado a la desaparición de empresas del Estado para luego privatizar sus servicios, en asocio con el aumento de las cargas impositivas o tributarias sobre pequeñas empresas y sobre clase media, ambas ya casi extintas; que nos han llevado al desbalance fiscal actual, a tener que recurrir a infinidad de préstamos internacionales para poder funcionar, e incluso al posible rompimiento del orden constitucional al forzarse decisiones por la misma crisis. Todo esto combinado con aumentos presupuestarios irracionales, a favor de “posibles caprichos” del aparato estatal y de muchos gastos superfluos que seguro hemos conocido.
En lugar de austeridad a la educación, los sistemas de salud y los servicios esenciales, necesitamos austeridad sobre sistemas de vigilancia y el control social, la anulación del despilfarro en pagos desmedidos y en empresas estatales estériles que solo sirven para procesar desfalcos.
Más concretamente, significa eliminar privilegios, contratos ruinosos, venias o favores adeudados y acuerdos lesivos y también de paso, esas tecnologías de espionaje que sistemáticamente han colaborado a la manipulación de las masas, al dominio sobre objetivos indeseados concretos, asuntos en los que se está invirtiendo y que no son socialmente rentables o buenas, sino herramientas de poder para violentar la privacidad y dominación social.
Deberíamos sentirnos cómodos al decidir que algunas formas de tecnología nunca se construirán, mientras que otras se destruirán o desmantelarán, o que algunas entidades estatales nunca podrán tener acceso a ciertos tipos de tecnología, cuyo poder las destruye y nos destruyen.
Necesitamos liberar el desarrollo tecnológico de los dictados del capital: ¿por qué debería desarrollarse esta o aquella tecnología si no prioriza el bienestar humano o el bienestar social? Es necesario democratizar la innovación si queremos asegurarnos de que nuestras definiciones de bienestar social no se vean sospechosamente similares a lo que es bueno para un «status quo» que prioriza a los privilegiados y poderosos.
Tiene sentido, entonces, que la democratización priorice a quienes serán sometidos a una tecnología, como aquellos que tienen roles sustantivos serios en su creación y diseño que va más allá del consumo o sobre aquellos que deben dar catedra de ética y probidad en el servicio al país.
Se deduce que la transparencia da como resultado un acceso más justo a los conjuntos de datos y herramientas que dan forma a nuestra vida cotidiana, para que juntos podamos deshacer los sistemas de control y crear sistemas de apoyo que tenga por aspiración superior el bien público, no el beneficio privado de minorías privilegiadas.
Debemos reformar el «statu quo» apuntalando nuestra concepción tecnopolítica –profundamente rota sin duda-, alterando radicalmente la propiedad pública y privada de los datos para resolver problemas sociales, ajenos a una mercantilización interminable, alejados de los dividendos de datos que refuerzan relaciones unilaterales, impositivas, irrenunciables y explotadoras entre empresa-consumidor o ciudadano-estado.
El desmantelamiento de nuestra infraestructura de vigilancia global, no una re-legitimación que amenaza con hacer permanentes algunos de sus elementos más perniciosos.
Durante demasiado tiempo, hemos permitido que las mismas personas, enquistadas en nuestros sistemas políticos nos convenzan de que son históricas, benefactoras, éticas y apolíticas, incluso naturales y neutrales.
Mientras nos suscribamos a esos delirios, nunca podremos tomar los pasos necesarios para impugnar y expulsar su control sobre cómo se construye el control social o cómo se implementa la tecnología como una herramienta para promover los intereses de las mayorías, bajo preceptos de respeto y bien social.
Y mientras no podamos ver y mucho menos ganar las batallas políticas que vienen con la definición del abuso, la violación de los derechos fundamentales o el diseño direccionado de la tecnología, nunca estaremos en condiciones de construir el mundo que todos queremos.
Inspirado en el artículo: “Police and Big Tech Are Partners in Crime. We Need to Abolish Them Both” Motherboard Tech by Vice