Parte 1. La posverdad como estrategia de manipulación de la opinión pública

OCHO AÑOS DESPUÉS DE RENUNCIAR COMO PRESIDENTE de Estados Unidos, Richard Nixon negó que jamás hubiera mentido en el ejercicio de sus funciones pero reconoció que tanto él como otros políticos habían simulado. Y afirmó que esto era necesario para conquistar o retener un cargo público” (Eckman, 2015, p.27).

La mentira es un acto reprobable. Faltar a la verdad va en contra de los buenos principios que nos inculcaron desde toda la vida y constituye una falta moral grave que puede dañar de muchas formas a otras personas… pero, ¿qué pasa con las mentiras en internet? La posverdad ¿manipulación o mentira? ¿Por qué consumimos información falsa?

Hemos pasado, en las últimas décadas, del periódico en el desayuno a Twitter en la cama. Millones de datos, noticias, textos, fotografías y videos son compartidos en las plataformas digitales a nuestra disposición. El usuario de la tecnología es generador y consumidor de la información.

En este universo de información en el que navegamos cotidianamente existe una gran cantidad de noticias falsas, información manipulada y mensajes simulados, que son generados igual por un medio de comunicación que por un usuario. Se viraliza de forma casi instantánea y el impacto, parece, lo determina la estructuración del mensaje, el acompañamiento gráfico y la popularidad del sujeto en la mira, es decir, fondo y forma.

Darío Villanueva, Director de la Real Academia Española, dio a conocer que en diciembre de este año la posverdad será incluida en el Diccionario de la Lengua Española, señalando que la definición se acerca a “toda la información o aseveración que no se basa en hecho objetivos, sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público”.

En el discurso en el cual dio a conocer el salto de la posverdad al DLE, en junio pasado, Villanueva recordó “el potencial (…) que la retórica tiene para hacer locutivamente real lo imaginario, o simplemente lo falso

A pesar de que la RAE tiene registros del 2003, existen antecedentes que se remontan a 1992 en un artículo del dramaturgo serbio-estadounidense Steve Tesich, en el señala “Lamento que nosotros, pueblo libre, hayamos decidido libremente vivir en un mundo en donde reina la posverdad”, reflexionando sobre la guerra en el Golfo Pérsico.

De acuerdo con el filósofo A.C. Grayling, la posverdad establece que vale más la opinión sobre los hechos mismos que el hecho en sí, de tal forma que este concepto se basa en las emociones, afectando notablemente la objetividad de la gente, el pensamiento crítico sobre temas públicos y la democracia.

Con el uso de las redes sociales y el fácil acceso para ser generadores de información, tenemos el poder de transmitir lo que sentimos y pensamos con respecto a un acontecimiento, sin que necesariamente corresponda con la verdad. Fabricamos realidades paralelas, verdades alternas con un fin en particular.

Alex Grijelmo, autor de “La información del silencio. Cómo se miente contando la verdad”, plantea las formas en que se expresa la posverdad es a través de: la insinuación; la presunción y el sobrentendido; la falta de contexto; y, la inversión de la relevancia.

El manejo de la posverdad, antes de la revolución tecnológica y de comunicación que hemos vivido estos últimos 25 o 30 años, se desarrollaba a través de los medios masivos que en algunos casos se han convertido en una extensión de la vocería institucional. A pesar de la pulverización de las opiniones públicas, las posverdades no se minimizan, ni el impacto de estos medios tradicionales, como lo vimos en los días posteriores al sismo del pasado 19 de septiembre en México, en cuyo caso las redes sociales explotaron con el hashtag #ApagaTelevisa, ante las inconsistencias en las declaraciones oficiales que dejarían al descubierto la falsedad del caso “Frida Sofia” del colegio Enrique Rébsamen, ubicado en la delegación Tlalpan y donde murieron 19 niños y 6 adultos.

El 19 de septiembre vivimos en México un terremoto de 7.1 grados, justo a 32 años del pasado siniestro de 1985, un día doblemente difícil para todos los mexicanos. El miércoles 20 se dieron a conocer declaraciones de Aurelio Nuño, secretario de Educación Pública, y de José Luis Vergara, almirante de la Secretaria de Marina Armada de México, en las cuales aseguraban que bajo los escombros del colegio Rébsamen se encontraba una niña de 12 años y la cobertura, así como los trabajos, se intensificaron. Al siguiente día la historia dio un giro inesperado: el Subsecretario de la Marina, Enrique Sarmiento, declaró “Nosotros no tenemos conocimiento, nosotros nunca tuvimos conocimiento de esa versión (en torno a Frida Sofía)… Estamos seguros de que no fue una realidad, puesto que se corroboró con la Secretaria de Educación Pública, la delegación (Tlalpan) y con la escuela” (Nota de Proceso).

A menos de una semana después de los hechos, Danielle Dithurbide quien realizó la cobertura desde Televisa con la historia de Frida Sofía, publicó en su perfil de Facebook un video en el que expresó su experiencia durante la cobertura del Rébsamen y las declaraciones de las autoridades.

Las dos televisoras más grandes de México, Televisa y TV Azteca, fueron bombardeadas con mensajes de desaprobación y enojo por parte de las y los usuarios de redes sociales. Ante el desprecio de todas las personas que se sintieron engañadas y manipuladas, las empresas y la reportera al frente de la transmisión, se deslindaron y en diversas plataformas expusieron las declaraciones de las autoridades.

Claramente la sociedad mexicana se sintió engañada. La historia parecía perfecta: una tragedia; la vida de una niña pendiendo de un hilo; y, figuras de instituciones de gobierno como héroes. – Cuando los verdaderos héroes, sabemos, fueron y son las miles de personas que dejaron sus hogares para salir a remover escombros, las miles y miles de personas que a través de donativos de todo tipo dieron a las víctimas el claro mensaje de “no estás solo” y la gran cantidad de usuarios que tejieron redes de comunicación para movilizar apoyos de todo tipo a través de todos los medios posibles -. Sin embargo, no pudo mantenerse más de 72 horas.

Una mancha más al tigre que se llama “gobierno de EPN”.

Existen muchos casos en los cuales la posverdad es la única palabra para describir una situación. La mayoría de las ocasiones el personaje central es una figura política, un partido o un gobierno. De tal forma que de manera inmediata saltan preguntas como: ¿Quién está detrás de “esto”? ¿Cuál es el beneficio de manipular la información? ¿Realmente las fake news tienen origen en el usuario “promedio”?

Sin duda vivimos una revolución informativa, en la cual el acceso a las TICs nos dan la posibilidad de corroborar y verificar cualquier dato, pero también las y los usuarios son –somos- más vulnerables a la manipulación de la verdad, las emociones y los hechos. Una mentira repetida mil veces comienza a ser verdad y esto es algo que puede ocurrir en fracción de segundos.

Parece que la posverdad es la nueva estrategia de manipulación de la opinión pública, cuyos efectos no siempre son permanentes, pero que sí logran impactar en las emociones de la gente, de tal forma que ante la incertidumbre es difícil mantener un pensamiento crítico.

Aquí, como en todas las formas de comunicación, la información es poder. Lo indignante es como políticos y gobiernos pueden hacer uso de ese poder; lo reconfortantes es que con las nuevas formas de comunicarnos los usuarios podemos contrarrestar y debatir sobre la información falseada.

La posverdad nos deja claras dos cosas:

  1. La vieja política sigue pensando que la estrategia adecuada es engañar y manipular a la población para mantenerla cautiva y pasiva.
  2. Las nuevas ciudadanías tecnológicas pueden ser críticas y poderosas si logran un punto de coincidencia en la búsqueda de la verdad.

 

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